Ser mamá parece que te da súper poderes. Sí. Cuando eres madre, y aún estás en el hospital piensas: "No puedo permitirme el lujo de ponerme mala", "ahora ya no debo estar triste", "tengo que ser fuerte", pero seamos realistas, somos mamás, no heroínas.
Los primeros días estás aturdida, descubriendo un poco tu 'nuevo' mundo. A ver, no voy a ser melodramática, pero quiero ser sincera, y a veces es duro, muy duro.
Cuando sales por la puerta del hospital, Maxi Cosi en mano, y bebé dentro, emites un suspiro, de esos de los que siempre te acuerdas, y para tus adentros guardas un "bueno, allá vamos".
Qué cierto aquello que dicen de que los bebés deberían venir con libro de instrucciones al nacer. Al principio lo buscas desesperadamente, pero os aseguro que no está. Entregan toda la documentación, les ponen las primeras vacunas y a casa, pero se les olvida decirnos dónde está el botoncito de 'off '.
Los nervios te invaden, esa sensación de llegar a vuestro hogar, ese sitio bien ordenado y limpio que nunca más volverá a ser el mismo. Y no es ironía, es la pura realidad.
Pero, ¿de verdad la vida te cambia tanto cuando esperas un bebé? Sinceramente no. Lo cierto es que depende mucho de la persona, de sus expectativas, de cómo era su vida antes de buscar un pequeñajo. En mi caso todo sigue igual, a excepción de que desde hace cuatro meses no sé lo que es dormir una noche del tirón (dato importante).
Cuando anuncias que estás embarazada hay gente que suelta el típico y esperado comentario: "Se acabaron los viajes", "bueno...disfrutad estos meses mientras que podáis" Yo disfruto cada día, y viajar, ¡Por supuesto que podemos! (quiero dedicar un post a los viajes con bebés) Todo depende de las ganas y el presupuesto que se tenga.
Nosotros seguimos saliendo y disfrutando de nuestros momentos. Me parece fundamental no centrarse en el bebé. Me explico. El niñ@ forma parte del equipo, pero no es el equipo. Somos tres, o cuatro o cinco, y cada uno necesita su atención. Hay que crearse momentos, delimitar el espacio. Cuidamos del peque las 24 horas del día pero hay que escoger esos ratitos para disfrutar de la pareja, hablar, comunicarse, salir a cenar o a dar un paseo solos. Parece complicado, pero no es así. No es nada malo os lo aseguro. En mi opinión es necesario para que la vida cambie lo menos posible.
Pero las mamás también lloramos. De alegría, de agotamiento, de frustración, de orgullo. Pensé que sólo me ocurría a mí, y una vez más me equivocaba, todas hemos pasado por lo mismo. Cuando tienes que despertarte cada dos horas, tres como mucho, a darle el pecho, agarrada a la barra de la cuna y tu cuerpo no responde de cansancio, lloras. Lloras cuando las lágrimas inundan las mejillas de ese pequeño e inofensivo bebé y no sabes por qué. Lloras. Lloras cuando intentas hacer todo lo mejor posible y ves que a veces las cosas no salen como tú esperas...entonces, también lloras. Lloras cuando piensas en tu madre, y quieres parecerte a ella y tienes la sensación de que nunca llegarás a ser tan fuerte. Lloras.
Pero también lloras cuando cada mañana una personita te da los buenos días dibujando una sonrisa en su cara, entonces se te ha olvidado la noche de agotamiento que has pasado. Lloras cuando te mira mientras le das el pecho, sintiéndose seguro en los brazos protectores de mamá. Lloras cuando ves a papá mimando, cuidando, creciendo y aprendiendo la también dura labor de ser padre. Lloras cuando tu bebé te reconoce entre miles de personas. Lloras y lloras de felicidad.
A un bebé como a cualquier persona, se le quiere cada día más. Cuando nace y le ves por primera vez sientes que es tuyo, que le quieres, pero no sabes cómo. Por mucho que la gente se empeñe en gritar a los cuatro vientos que en cuanto le ves sientes un amor inmenso, si, pero no tiene por qué ser del todo así. Cada día notas cómo le adoras más, cómo le vas conociendo, porque al principio es un completo desconocido que requiere tu atención. Entonces es cuando ese amor inmenso e incondicional comienza a florecer.
Bien es sabido que hay mamás que sienten rechazo o depresión después de dar a luz. De pasar esto, nunca os sintáis culpables. Las hormonas caprichosas nos juegan malas pasadas y la solución no es otra que relajarse, pedir ayuda e intentar disfrutar del momento. Por eso decía que es duro, muy duro. Ser padres es un trabajo difícil aunque muy gratificante.
Una vez superado el primer mes, lo demás os daréis cuenta de que es puro instinto. El o ella está intentando asimilar que ya no está en ese lugar calentito y protegido que es nuestra barriga. Aún no ve y percibe olores, para ellos también es complicado vivir en este mundo extraño lleno de luces y sonidos, de frío y de calor. Ese mes es de adaptación para unos y otros.
Todos lloraremos, todos lloramos, hasta que descubrimos que podemos, que nos superaremos porque el mayor regalo que nos puede dar la vida es no parar de crecer, como padres y lo que es mejor aún, como personas.
Os espero el lunes!! Recordad, primer parto, Bea da la bienvenida a su pequeña Clara.