Reconozco que la inquietud de saber cómo eras eternizaba nuestras horas. Pásabamos el tiempo imaginándote, dibujando tu cara, tu cuerpo, tus ojos brillantes y tus labios sonrosados que deseábamos no dejar de besar.
El verano se presumía largo y caluroso, pero encontrarme contigo era la mayor de las recompensas. Había fantaseado con el día de tu llegada. Tenía que ser especial, único. El miedo empezaba a apoderarse de mi, quería estar fuerte y me preparé para ello.
Pero no fue precisamente como dibujaba en mi conciencia. Finalmente programaron tu día, nuestro día, pero ahora puedo decir que simplemente fue perfecto.
2 de agosto. Ahí estaba yo, temblorosa, impaciente pero feliz en aquella cama de hospital. Papá siempre estuvo a mi lado, y aunque no me lo decía, su rostro reflejaba ese lógico temor de no saber a qué se enfrentaba.
No podía evitar desear con todas mis fuerzas tenerte sobre mi pecho, y con cada nueva contracción sentía que estaba cerca de encontrarte. Mi corazón se aceleraba y a las doce y media de la noche nos confirmaron que había llegado el momento de conocerte.
Mi piel se erizó. Papá no encontraba su sitio, aunque para mi, su sitio estaba a mi lado. Miraba a un lado y a otro suplicando ayuda y comprensión por su inexperiencia, y tomaba mi mano para darme todo el apoyo y la fuerza que necesitaba.
Todo pasó a cámara rápida. Matronas, médicos, nervios, maniobra de Kristeller para ayudarte a salir, último empujón y, finalmente, TÚ.
De piel rosada y arrugada, tan parecida a él...Tu llanto no cesaba y mis lágrimas te acompañaban mientras me esforzaba por guardar ese momento en lo más profundo de mi alma.
Pronto los brazos de papá te sostuvieron. Temblaba. Estaba iusionado, entusiasmado, y atemorizado a partes iguales. Necesitaba protegerte y desde aquel instante se prometió llevarte siempre de la mano, en este nuevo camino que para ti es la vida.
3 de agosto. El día que comprendí que se puede amar sin condición. Que cada piedra en el camino, había valido la pena si ahora te tenía a mi lado. Soñarte no había sido ni la mitad de lo que ahora sentía mirando tu cara, acariciando tu piel y llamándome mamá. Porque ahora nunca habrá oscuridad, porque sin duda, tu eres la luz de nuestros ojos, mi pequeña Daniela.
No tengo palabras!!!
ResponderEliminarEs perfecto! Me he emocionado. Estaba leyendo y mi cabeza estaba en aquel día que ahora es el más importante de mi vida. Gracias por hacerme vivir ese momento otra vez.
Gracias llamamemama por hacerlo todo tan bonito.
Aysss siempre consigues sacarme la lagrimilla en cada parto que leo . Me traslada al de Álvaro. Felicidades , brillante como siempre.
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